30 may 2013

El Regreso

Me gusta ver cómo se van incorporando los veraneantes habituales a mi pueblo. Me gusta ver a los turistas nuevos que disfrutan como niños con nuestras cosas. Me gusta cuando dicen la suerte que tenemos por vivir todo el año con este clima privilegiado, con estas playas tibias, con ese ir venir de niños jugando, por esas señoras mayores que de espaldas y ajenas al personal, se arremangan las faldas, se sujetan el sombrero y bañan sus pies, hasta la rodilla como mucho, con el ir y venir de las olas mansas del Mediterráneo.

Me gusta porque para los de fuera, es como si el tiempo se hubiera detenido tras su marcha quedando todo igual, inamovible hasta que regresan de nuevo. Tal vez se imaginen, cuando estén tomándose un café horroroso de máquina en su puesto de trabajo, con un frío hasta el tuétano, que aquí seguimos organizando verbenas, tapeando en los chiringuitos y paseando por la playa bajo una eterna luna llena estival, cogidos de la mano de una mujer estupenda y bronceada que nos cuenta secretos al oído, mientras aparta dulcemente su pelo trigueño movido por la brisa, de los labios…

Y eso está bien. No es cierto, pero es bonito porque les incita a volver una y otra vez a visitarnos. Solo espero que éste verano no sea el de las tres “P”: playa, paseo y pipas…

26 may 2013

El huerto

Desde la terraza de mi apartamento veo el mar, veo palmeras, solares vallados que fueron huertos y se quedaron en meros soportes de grandes carteles que anunciaron "la inminente construcción de apartamentos de hasta tres habitaciones, con trastero, plaza de aparcamiento y preinstalación de A/A", con fecha de entrega de llaves que caducó hace tres años sin siquiera haber dado un golpe de pico.
En otro solar de las mismas características, hay una caseta de información medio derruida y con una enorme hormigonera, ya toda oxidada y medio cubierta de zarzas trepadoras y cañas propias de un humedal, que presagiaba que la cosa estaba en marcha.
Los solares que veo desde mi terraza me  recuerdan a viejos resistentes de causas perdidas. Pedazos de tierras con hierbajos que los van enredando poco a poco, sin prisas, sin plazos de entrega, acurrucados frente a las moles que los acosan como vampiros, esperando que bajen la guardia para convertirlos en unos de los suyos. 
Pero en las vistas desde mi terraza sucede como cuando empiezan las Aventuras de Axtérix y Obelix: "Toda la Galia estaba conquistada por Roma ¿toda? No, una pequeña aldea resistía..." Pues lo mismo ocurre con un huerto encajonado entre un edificio y la valla de un solar de un proyecto que pudo ser y no fue.
El huertecillo lo mima un matrimonio mayor, pero que para mí quisiera su agilidad y energía, que lo vista todos los miércoles para dar de comer a una  legión de gatos que, como leones, han hecho del campo acotado su  selva particular. El huerto tiene cuatro higueras monumentales que sabia y hábilmente podadas, parecen gigantescas sombrillas que se abren en primavera para cerrarse luego por el invierno. En el huerto hay plantado un campito de fresas, lechugas, pimientos, pepinos, cebollas, tomates, melones y sandías, en cantidades suficientes para una familia amplia.
He visto como preparaban la tierra con sus manos, cómo la abonaban, la cavaban, la surcaban, trasplantaban del semillero al campo y como lo regaban de a poco, con esa lentitud que da el saber la importancia imparable de los ciclos y sus cadencias. He visto como trabajaban cada miércoles y cómo los fines de semana, si el tiempo no lo impedía, remataban lo que quedaba del huerto y sobretodo, se dedicaban a plantar, injertar y podar una  variedad enorme de flores y plantas; malvarosas, claveles reventones y olorosos, calas, rosales, geranios, jazmines blancos y azules, galanes de noche que embriagarán con sus aromas las noches de agosto. Es curioso, puede parecer el mismo trabajo, pero para ellos, mis vecinos, no es lo mismo; entre semana el huerto y los fines de semana y días de fiesta, el jardín para disfrute y goce de residentes y paseantes y, sobretodo, para ellos mismos y sus familiares de la visita dominguera, con los gritos de sus niños columpiándose de las ramas de las higueras entre bocanadas de humos olorosos a leña, azafrán, arroz, romero en rama... que conforman la paella del abuelo, momento en que el silencio se adueña del huerto, coreografiado por los gatos, como de escayola, sentados en círculo, a prudente distancia de la gran mesa.
Yo, como envidioso de formas, aromas y sentires, he plantado una tomatera en una maceta... Tal vez el resto vaya viniendo despacito, como la caída de la tarde en verano. 

22 may 2013

Juncos

Hay que reconocer que el cuerpo se adapta a casi todo, un poco como los árboles o las labores tiernas. No es que seamos juncos, que por mucho que soplen los vientos arremolinados y por todas partes, nos amoldamos sin rompernos, pero casi. También es cierto que muchos que siempre habían sido “juncos”, con el paso del tiempo se tornaron rígidos y quebradizos y se quebraron al primer soplo a contrapelo. A fuerza de ser sincero, me da la impresión de que cada vez se están endureciendo más y más “los juncos” que, malamente, van quedando y los crujidos de sus quebrantos suenan cada vez más cerca.

En Castellón, aproximadamente, se crean 318 empleos diarios y de ellos la inmensa mayoría son temporales. Seguramente, en otra época, se podría discutir la posible “frugalidad” de éste tipo de contratos, pero sinceramente creo que el personal está dispuesto a firmar contratos temporales, minijobs, internos, externos y mediopensionistas por poder, en muchas más ocasiones de las que pensamos, llevar un plato de comida a la mesa. Da igual que tengas una plaza fija, que seas el mejor físico joven de Europa, que tengas una vida curricular de impresión… Desde que apareció en nuestras vidas las palabras “recorte” y “ERE”, los puestos de trabajo son, como la vida misma, impredecibles. Creo.

10 may 2013

Alfredo Landa

Cuando uno se pasa medio año en internados o en pensiones castellanas y el otro medio en la Serranía de Cuenca, con potentes ligues carpetovetónicos y que enseguida te invitaban a merendar a casa de sus padres o, lo que era peor, a la de sus tías, ver las pelis del Landa, era un poco descubrir la otra cara de la luna. Un tipo de pelo en pecho y bajito, con el mismo hambre que yo de casi todo, y que se tomaba un chato de vino o una caña de cerveza con su correspondiente tapa de boquerón en vinagre, que se trabajaba las playas donde había suecas estupendas y sin cinturón de castidad, era como yo, pero en la costa y con señoras estupendas de cuerpo y, sobretodo, de mente. Mentes abiertas, limpias, libres, sin prejuicios y con los mismos derechos que los hombres, era mi héroe.
Landa, con el flamenco, el toro y la bailaora de plástico a cuestas, con su/nuestro "en España pan y toros y algunos pan y jamón", con el omnipotente y omnipresente Real Madrid, con el "Salto de la Rana" de Manuel Benítez, con la paella con sangría y con el peso indeleble de Una Grande y Libre, por la "gracia" de dios, como todos los españolitos de a pie, era como Superman, pero en castizo.
Le envidiábamos y reíamos en él nuestros delirios y miserias. Nuestra cazurrez y nuestra cerrazón. Pero lo reíamos en él, como con las desgracias y los accidentes, que siempre les suceden a otros.
Hasta que aparece J. A. Bardem y hace "El puente", que siempre he comparado con "In the road", mítica novela del '57 de Jack Kerouac que fue casi una biblia para toda una generación. "El puente" fue un camino iniciático para los típicos tópicos personajes del "Landismo", término que recoge el Espasa  como para muchos de sus espectadores, que descubrimos que en nuestro país existían otras realidades, a veces ignoradas conscientemente, ante la familia, el municipio y el sindicato y que no salían en el NoDo.
Luego vinieron otras: "Las verdes praderas", "Los santos inocentes", y los dos "El crac".
Alfredo Landa interpretó varias temporadas en TVE la serie "Lleno por favor", que se desarrollaba en una gasolinera de pueblo, donde el lleno por favor, ha pasado a la historia,creo.
Landa fue un trabajador todoterreno en todas las facetas de su oficio y, al menos para el que suscribe, fue un modelo cojonudo de vida. Y ya saben que la vida, solo sirve para vivir. ¡Hasta siempre maestro!

2 may 2013

Marathon Citizen

Y es que aunque no hay mal que cien años dure -ni cuerpo que lo resista-, aunque nos pongamos gafas con cristales de color de rosa, aunque hagamos el pino para ver cualquier recipiente medio lleno, uno ya no sabe qué venda ponerse, ni encontrar cualquier otra parte donde mirar... Hasta las más curtidas personas se están reblandeciendo.
La paciencia ha dado paso a la resignación, la resignación al desconcierto, a la impotencia y a la desesperación, en muchos casos. Y es que las personas estamos abocadas a movernos por reacción ante hechos consumados. Hay que correr una maratón, se corre. Luego resulta que a mitad de la carrera nos dicen que se han inventado una modalidad, que es mejor para los corredores: se añaden dos quilómetros más... Y el personal, contrariado, lo asume y piensa que por dos mil metros, no va a abandonar.
Faltando tan solo cinco quilómetros para la nueva meta, se les comunica que, ante la buena acogida de la nueva medida, impuesta por el comité organizador, se prolonga la meta cinco quilómetros más.
Los corredores empiezan a mosquearse. Los que tienen más fondo creen que les beneficia y que con ésta nueva distancia, muchos participantes abandonarán y ellos podrán llegar a la nueva meta.
Efectivamente, los peores preparados, empezaron a flaquear. Las piernas no respondían como debieran, los calambres empezaron a mermar a los corredores. Otros perdían la orientación y, con angustia, pedían agua para enjuagar la boca, seca como una duna. Olvidaron que el comité organizador, para dar más complejidad al esfuerzo, redujo sensiblemente las raciones de agua. Los corredores buscaron entonces a los servicios médicos de la organización. Pero también los habían disminuido...
Empezaron los abandonos y los que continuaban, ya apenas corrían. Seguían en la carrera a duras penas y zigzagueando, sorteando a otros competidores tendidos en el ardiente asfalto.
Por los su sucesivos aumentos del recorrido, habían dejado atrás la ciudad y el pavimento empezó a empeorar hasta convertirse en un sendero pedregoso.
Los participantes que aún quedaban en la carrera, ya ni sudaban de la deshidratación generalizada. La piel, abrasada por el inclemente sol, se enrojecía hasta más allá de los límites peligrosos. Los corredores hacían esfuerzos sobrehumanos para alcanzar la meta, cada vez más cerca.
Medios de comunicación extranjeros y pocos españoles, sabedores del evento y sus aumentos en la distancia, se concentraban por todo el recorrido, asombrados de la capacidad de aguante de los corredores.
Estaba el sol en lo más alto, cuando la organización comentó que faltaba menos de ochocientos metros para la meta final, pero que el comité organizador, en vista de la repercusión mediática y el aguante espartano de los participantes, prolongaba la distancia veinte quilómetros más.
La noticia cayó como una losa sobre los corredores y como un trallazo a los medios de comunicación, que se preguntaban quienes eran los salvajes que formaban el comité organizativo.
Los abandonos y las lipotimias se sucedían con una frecuencia cada vez mayor. Los servicios médicos estaban a quilómetros de distancia y era imposible acudir a ellos. Se produjeron varios fallecimientos, pero los ciudadanos seguían, medio arrastras algunos, en la maldita carrera. A estas alturas la disyuntiva era: seguir o desaparecer...
El campo abierto por donde el comité organizador había trazado el cambiante itinerario, parecía un mar pajizo relleno de chicharras que cantaban al sol de la tarde. No tenían los supervivientes puntos de referencia. Ni un árbol que les permitiera, al menos, saber que avanzaban, con lo que el desánimo aumentaba a cada paso.
Empezaba a azafranear el cielo cuando una vez más, les comunicaron a los depauperados corredores que, en vista de su capacidad de aguante, resistencia y sacrificio sin rechistar, el comité organizador modificaba las bases de la competición; en lugar de aumentar la distancia, aumentaban la duración: sigan corriendo hasta que les avisemos y, tengan fe en el comité organizador ¡Ya son más de seis millones doscientos mil el número de participantes!
Y que conste que son las normas que nos imponen desde el comité europeo con sede en Alemania, para homologarnos a vayan ustedes a saber qué.
Pero no paréis: corred, corred malditos.