10 jun 2014

Yo no soy heredable, Señor

Juan Carlos I Rey, como la primavera pero al revés, se ha ido y nadie sabe cómo ha sido. Nunca, un poco también por genética, he sido monárquico. Ni políticamente, ni en mis juegos infantiles me gustaban los reyes, con excepción de SS.MM. los Reyes de Oriente, de los que sigo sintiéndome súbdito y fan.

Los otros reyes, emperadores o caudillos, me asustaban un poco porque eran todo poderosos y hacían, además de su capa un sayo, el derecho de pernada, el disponer de las vidas y las haciendas de sus vasallos y todo lo que les daba su real gana. El primero que me ayudó a entender que no era solo a mí a quien acojonaban los reyes malos de Oriente y de Occidente fue Pedro Crespo, que además de llamarse como el abuelo de una novia que tuve, fue el alcalde de Zalamea cuando Don Lope le dice: -“¿Sabéis que estáis obligado a sufrir, por ser quien sois, estas cargas?” y Pedro Crespo va  y le contesta: -“Con mi hacienda; pero con mi fama, no; al Rey, la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”. ¡Qué qué! Este episodio me abrió una ventana a modo de escurridera, que me podría permitir si me viera en una igual, repetir como un mantra esta frase de D. Pedro Crespo y pirarme, o si no, al menos, darme preso con honor.

Luego mi padre me explicó en una abrasadora tarde de verano en la Serranía de Cuenca, lo que pasó en la sangrienta, despiadada y cruel masacre de Almansa, llevada a cabo el 25 de Abril de 1707 por James Fitz-James Stuart, bajo el mandato de Felipe V, con su ejército formado por veinticinco mil hombres. Batalla que cambió el curso de la historia del antiguo reino de Valencia y, por extensión, de la historia de España, arrojando un saldo de ocho mil muertos y tres mil prisioneros, para “honra y gloria” de Felipe de Borbón.

Así se me antojaban a mí las monarquías y los reyes. Ya no es que no me gustaran, es que me caían fatal. Muchos pueden decir que eso era en el siglo XVIII y tienen razón, pero el último rey que arrasó mi tierra, mis Fueros, mi moneda, mi lengua y mi libertad, era un Borbón y, además, se llamaba Felipe V…

Pero tienen razón, era una monarquía absolutista, beligerante, machista y que exprimía a sus vasallos y súbditos como limones, sin importarles una higa. No como ahora en pleno siglo XXI… Pero yo me pregunto: ¿por qué sigue en vigor la Ley Sálica. Por qué hereda la corona el primer hijo y no la primera hija? En todo caso, ¿no sería más normal el primer hijo de la primera hija? Pero como esto es un galimatías y estoy mayor para estos menesteres, me sigue pareciendo mal considerarme como un objeto heredable por vía vaginal. Es decir, que por vía vaginal nace un señor que hereda el reino y sus habitantes. Y me molesta, no la vía vaginal, sino ser como el trabuco de mi abuelo o el cuadro de un señor con bigotes que va de mano en mano y de trastero a trastero, cada vez que se muere alguien en la familia y que ya nadie sabe ni quién es. No. No quiero ser ese señor de bigotes y menos de un Borbón.

En el ’75 era, o militares o el huevo Kinder de la Democracia que llevaba dentro un rey. Y todos, bueno casi todos, nos tiramos a por el Kinder aunque llevase dentro un mojón. Luego, el Borbón perjuro (de los Principios del Movimiento Nacional), y saltador de la Línea Sucesoria (Don Juan), se encuentra con que la Democracia le puede asegurar, mejor que los militares su empleo, y utiliza a Suárez como le viene en gana hasta que, como sus antepasados, le exprimió como a un limón.

Felipe VI, le debía echar valor y sacudirse el estigma de ser el sucesor del último dictado de Franco y ser, Él mismo, quien pidiera el Referéndum que le legitime, o no, en el trono. Mientras tanto, con todos mis respetos, su bandera nunca será la mía. Señor.   

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