15 dic 2012

El relato de David

   Iba a almorzar en uno de mis bares/restaurantes favoritos de Moncofa, cuando David, uno de los hijos de Carmen, la dueña, y mientras Marín me encargaba unos platos del menú, me dijo si no me importaba leer algunas cosas suyas. Hay que decir que David ya tiene muchos tiros dados, a pesar de su juventud.
   La verdad es que, fíjate qué cosas, en pleno bum de las RR.SS., me esperaba un cuaderno o unos folios impresos, pero David apareció con un flamante portátil y me dejó una texto abierto. A fuerza de ser sincero, no me apetecía mucho ponerme a leer en una pantalla, máxime cuando había estado toda la noche, dale que te pego a mi viejo teclado, al que le faltan teclas como dientes de leche a los niños mayores. Pero el entusiasmo y lo bonito que me parece ver las ganas de convertir sentimientos en letras juntas, me estimuló y me puse a leer. Aquello no era un serie de letras y signos de puntuación juntos. Aquello era un corazón, herido sin duda, y palpitante, encerrado en una pantalla. Tenía, ritmo, giros, hábiles comparaciones con los pescadores de bajura. Su relato, breve además,  me emocionó profundamente.
   Posiblemente yo podría ser su padre por la diferencia de edad, pero sus sentimientos, sus emociones, su desesperanza, su impotencia por hechos sobrevenidos de repente, eran idénticos a los míos que un día fueron.
   Mientras estaba inmerso en la lectura, Marín debió dejarme un par de platos en mi mesa pero por mi inmersión en la lectura, ni me enteré. Cuando concluí, le dije a David si tenía algo más que me pudiera dejar leer, Y sobre la mesa con varias pulsaciones certeras en las teclas, se desplegó un nuevo texto. Bonito, sentido, romántico, pero sin la fuerza, el convencimiento ni el dolor que empapó el primero que me dejó leer.
   Marín me riñó, como siempre, porque no quería ensalada y no tuve más remedio que comer un poco, pero le dio igual: -“Si no te acabas la ensalada no hay postre”. Negociamos y al final cedió y continué con la pitanza.
   Salí a la terraza a echar un pito y no podía quitarme varias frases del escrito de David. Ensimismado pasó cerca de media hora desgranando y admirando la maestría descriptiva de su texto. Aboné lo que consumí y volví, despacito, a mi casa. Mecánicamente cogí una botella de agua del frigorífico y me apoltrone en uno de mis sillonazos preferidos dispuesto a cerrar los ojos un rato con el álbum de Rod Steward, “Fly Me to the moon”, sonando bajito…
   Imposible. De verdad que el relato de David me martilleaba la cabeza. Me incorporé. Encendí mi máquina y con Rod de compañero, me puse a escribir, mientas sonaba “Bye bye black bird”. El resto, es historia…

1 comentario:

  1. ¡Como me gustaría convertir sentimientos en letras juntas!

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