29 ago 2013

El tenaz

La mañana y todos los partes meteorológicos indicaban tormentas y lluvias generalizadas en casi todos los sitios, litoral incluido. Las terrazas de los bares y las cafeterías estaban a rebosar, al no ir a la playa el personal. Otro tanto pasaba con los juegos infantiles en plazas y alamedas, y en las terrazas y balcones de los apartamentos y chalets se oía en traqueteo del dado dentro del cubilete en partidas “a muerte” de parchís.
El mar estaba también intratable y las olas casi ensordecían al golpear violentamente sobre la orilla. De repente empezó a llover como si no hubiese un mañana; me refugié en un saliente de una planta baja frente de la playa.
Entre el agua que caía del cielo y la que subía del chocar las enormes olas contra la orilla, toda la costa estaba envuelta en una bruma casi impenetrable.
Entonces me pareció ver algo de color rojo entre la niebla y pensé que sería una bandera roja de los socorristas, pero estaba al ras del suelo y no tenía forma de bandera.
Movido por la curiosidad y porque llevaba un potente chubasquero, me dirigí al rojo costero y allí me encontré a mi amigo Ramón, fuertemente agarrado a su sombrilla roja, vuelta del revés y diciendo: “Mi último día de vacaciones no me lo voy a pasar sin playa hasta el año que viene”.

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