19 dic 2013

No cambies de caballo en medio del río


No está bien incumplir las promesas o faltar a la palabra dada. Esto es así de toda la vida, como dice una mujer que yo, y ella, sabemos quién es. Lo de “toda la vida”, es como la columna vertebral de cualquier cosa; de la forma de ser, de la cocina, de los viajes, de la amistad, de los cuentos... De todo y para todo. Excepto para la política. Para el mayor espectáculo del mundo cuando se está en campaña electoral. Es como el pasen y vean lo nunca visto. Donde las fantasías y quimeras más truculentas se pueden tocar casi con la punta de los dedos. Todo es posible y a todos se nos queda la cara como a los niños viendo la Cabalgata de los Reyes Magos. Jugamos a jugar que nos creemos todo lo que hemos visto y oído, Todo los que nos han enseñado y descubierto de mil y una forma. Algunas veces, se ve un poquito el truco que hay detrás del juego de manos incomprensible. Otras pillamos por unos instantes a los directores de escena que se cuelan de pasada en el plano que estamos viendo. Pero todo se perdona en esos días de ilusión, jolgorio y credibilidad en los que queremos que nos gestionen nuestros negocios, nuestra educación, nuestra sanidad. Nuestra vida en suma en el contrato por obra que les vamos a hacer para cuatro años. Lo que no entiendo es por qué no tienen que pasar un periodo de prueba, como en cualquier contrato laboral. Hemos leído y releído sus currículos. Hemos visto sus proyectos y presentaciones. Nos han convencido en la entrevista. Pero ¿Y si al poco se nos desinflan y se nos vienen abajo? ¿Y si el currículo es de un primo suyo o de uno de los directores de escena que vimos en aquél plano de pasada? ¿Por qué si al resto de los mortales se nos hace pasar por ese tamiz, a ellos no? Parece ser que olvidamos que somos nosotros la parte contratante como diría Marx -Groucho- y ellos la parte contratada. Son nuestros empleados y lo que dejamos en sus manos no es un negocio, una empresa o una corporación. Les ponemos en sus manos nuestras vidas y la de los nuestros, que ya es poner.
Todos jugamos a creerles porque “de toda la vida”, los representantes que hemos escogido y a veces por muchos a la vez, apuntaban maneras y se les veía seriecitos o un poco divertidos, preparados y más o menos simpáticos. Pero ante todo buenos gestores de lo nuestro, que es lo que queremos, no hacer amigos. Pero el tiempo, que casi todo lo borra, también nos pone a cada uno en su sitio y da o quita razones. Se les va yendo el brillo de los focos, el maquillaje de escena, la chispa que creíamos espontánea y que estaba ensayada hasta la saciedad. Entonces aparece el desencanto, igual que la película de Jaime Chávarri sobre la familia Panero. Y empezamos a ver toda la tramoya, todos los trucos y engaños a pleno sol. Empezamos a notar que nos mintieron y empezamos a dudar de todo y de todos. Nos sentimos más que engañados estafados por aquellos a los que confiamos todo lo que teníamos y que nos han despojado, a veces a golpe de porra, con total indiferencia y sin despeinarse.
Podemos pensar, aunque sabemos que no es cierto, que con todos nos va a pasar lo mismo y eso es lo jodido. No sólo nos destrozan el aquí y ahora, sino que nos destrozan la ilusión, la esperanza y hasta la convicción de que hay otra forma y hay otros modos. Que hay otros que son diferentes. Que al menos son razonables, que explican las cosas que a todos, incluso a ellos, nos atañen. Pero es el juego del más difícil todaví de las promesas electorales. Pero que en medio de la legislatura, cuando el espíritu de los Panero y su agridulce y dramática realidad planea sobre todos nosotros, nos siguen machacando con lo que hace una semana, apenas siete días, negaba el propio ministro del ramo en referencia al recibo de la luz… Y aunque sea una barbaridad cambiar de caballo en mitad del río, al menos debíamos tener esa posibilidad

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