26 may 2013

El huerto

Desde la terraza de mi apartamento veo el mar, veo palmeras, solares vallados que fueron huertos y se quedaron en meros soportes de grandes carteles que anunciaron "la inminente construcción de apartamentos de hasta tres habitaciones, con trastero, plaza de aparcamiento y preinstalación de A/A", con fecha de entrega de llaves que caducó hace tres años sin siquiera haber dado un golpe de pico.
En otro solar de las mismas características, hay una caseta de información medio derruida y con una enorme hormigonera, ya toda oxidada y medio cubierta de zarzas trepadoras y cañas propias de un humedal, que presagiaba que la cosa estaba en marcha.
Los solares que veo desde mi terraza me  recuerdan a viejos resistentes de causas perdidas. Pedazos de tierras con hierbajos que los van enredando poco a poco, sin prisas, sin plazos de entrega, acurrucados frente a las moles que los acosan como vampiros, esperando que bajen la guardia para convertirlos en unos de los suyos. 
Pero en las vistas desde mi terraza sucede como cuando empiezan las Aventuras de Axtérix y Obelix: "Toda la Galia estaba conquistada por Roma ¿toda? No, una pequeña aldea resistía..." Pues lo mismo ocurre con un huerto encajonado entre un edificio y la valla de un solar de un proyecto que pudo ser y no fue.
El huertecillo lo mima un matrimonio mayor, pero que para mí quisiera su agilidad y energía, que lo vista todos los miércoles para dar de comer a una  legión de gatos que, como leones, han hecho del campo acotado su  selva particular. El huerto tiene cuatro higueras monumentales que sabia y hábilmente podadas, parecen gigantescas sombrillas que se abren en primavera para cerrarse luego por el invierno. En el huerto hay plantado un campito de fresas, lechugas, pimientos, pepinos, cebollas, tomates, melones y sandías, en cantidades suficientes para una familia amplia.
He visto como preparaban la tierra con sus manos, cómo la abonaban, la cavaban, la surcaban, trasplantaban del semillero al campo y como lo regaban de a poco, con esa lentitud que da el saber la importancia imparable de los ciclos y sus cadencias. He visto como trabajaban cada miércoles y cómo los fines de semana, si el tiempo no lo impedía, remataban lo que quedaba del huerto y sobretodo, se dedicaban a plantar, injertar y podar una  variedad enorme de flores y plantas; malvarosas, claveles reventones y olorosos, calas, rosales, geranios, jazmines blancos y azules, galanes de noche que embriagarán con sus aromas las noches de agosto. Es curioso, puede parecer el mismo trabajo, pero para ellos, mis vecinos, no es lo mismo; entre semana el huerto y los fines de semana y días de fiesta, el jardín para disfrute y goce de residentes y paseantes y, sobretodo, para ellos mismos y sus familiares de la visita dominguera, con los gritos de sus niños columpiándose de las ramas de las higueras entre bocanadas de humos olorosos a leña, azafrán, arroz, romero en rama... que conforman la paella del abuelo, momento en que el silencio se adueña del huerto, coreografiado por los gatos, como de escayola, sentados en círculo, a prudente distancia de la gran mesa.
Yo, como envidioso de formas, aromas y sentires, he plantado una tomatera en una maceta... Tal vez el resto vaya viniendo despacito, como la caída de la tarde en verano. 

2 comentarios:

  1. Soy Puri,escribes tan bien que es como ver un cuadro.
    Suerte.

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  2. Precioso relato.No sé como lo haces,pero cada vez que lo leo,me llegan los diferentes aromas.Hasta me dan ganas de meter la mano en la tierra.Me recuerda cuando iba los domingos a casa del tío Julio...


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