19 jun 2013

Leyenda urbana

Creo que todos, hace algún tiempo, fuimos bombardeados por pelotas de playa de Nivea, mientras intentábamos coger alguna, como si no hubiese un mañana. Tengo que reconocer que jamás pude conseguir ninguna, aunque a veces me faltó tal que así, para hacerme con una.

Pero lo bien cierto es que al poco rato, veía como las pelotas azules, casi sin tocar el agua, se perdían hacia el horizonte empujados por el viento de forma irremediable. Se iban haciendo cada vez más y más pequeña, hasta desaparecer por completo. Sé que no está bien, pero ver cómo se perdían irremediablemente, me producía una satisfacción como de atávica venganza cumplida.

Durante años, jamás vi a nadie llevarse una a casa y pensaba que tenían un dispositivo que, al rato de tirarlas desde la avioneta, se activaba y automáticamente regresaban a la fábrica. También pensé que gracias al mecanismo de retorno, siempre eran las mismas pelotas las que tiraban una y otra vez ahorrándose una pasta.

Pero mira por dónde, paseando y mirando los edificios ¡la vi! ¡Una pelota de Nivea en una terraza! Y, una de dos; o ahí vive el dueño de Nivea, o el piloto que las soltaba en la playa. Sonreí por los recuerdos que me trajo, aunque rompiera la leyenda urbana de las pelotas misteriosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario