27 may 2014

La primera vez

Creo que casi nadie de nosotros podrá olvidar su primera vez. Quizá porque es para lo que uno/a se prepara con más intensidad y dedicación. Ni la selectividad ni gaitas. La primera vez se mitifica. Se agranda. Se fantasea sobre ella como del monstruo del Lago Ness o como el volumen del tráfico aéreo del Aeropuerto de Castellón.

Yo recuerdo mi primera vez y aún me tiemblan las piernas. Aquello de poder introducirla con todos los parabienes era y es muy importante. Me habían llenado la cabeza con historias de responsabilidad, madurez y tal, y la verdad es que todo eso no hacía más que aumentar mis dudas y hacerme estar mucho más indeciso.

Una de las cosas que más rabia me daba, es que todos querían saber más que yo de cómo hacerlo. Leía todo lo que caía en mis manos. Buscaba en bibliotecas y enciclopedias. Acudía a reuniones casi clandestinas para saber más que nadie y poder hacerlo bien y, sobre todo, para quedarme satisfecho.

A mí lo que me daba más corte era que me querían acompañar para ver qué tal iba la cosa, y si en mi casa podían estar orgullosos de mí. La verdad es que prefería acudir a esa cita solo, enfrentarme a mi destino yo mismo conmigo mismo. Tal vez con alguno de mis amigos me hubiera molado, pero con mi padre me daba mucho corte, aunque con él tenía toda la confianza y era el que mejor me había explicado en qué consistía aquello a lo que tarde o temprano me iba a enfrentar, y el que mejor conocía el proceso porque él ya lo había hecho.

Se acercaba el día y mi padre estaba seguro de que me acompañaría. El día antes de mi primera vez, mi padre me hizo entrar en su despacho -al que sólo entraba cuando le entregaba las notas y me daba unas charlas de aúpa- para hablarme de que debía ser uno de los días más hermosos de mi vida. Que sería el principio de una serie de cambios y que, si lo hacía bien, no sólo cambiaría mi vida, sino la de mucha más gente.

Como siempre pasa con los padres, no le hacía demasiado caso, pero con los años me he dado cuenta de que tenía razón. Sin ir más lejos, y con el paso del tiempo, yo estuve igual que mi padre. A mi hija, cuando le llegó su primera vez, me sorprendí a mí mismo diciéndole cosas muy parecidas a las que me decía a mí mi padre y, como él hizo conmigo, me gustó acompañarla en ese instante sublime y decisivo, aunque me dió un no sé qué decírselo; pero lo bien cierto es que hoy en día los jóvenes están mucho más preparados que lo estábamos nosotros y las cosas las aceptan mejor. Creo.

Nunca podré olvidar mi primera vez. Mi padre me acompañó todo el rato desde casa, y como yo estaba un poco nervioso, lo hizo primero él, para que me fijara, y la verdad es que me sorprendió su soltura. Sólo sus ojos brillantes me desconcertaron un poco. Y llegó mi turno. Cuando la señora que estaba al otro lado de la mesa me dijo: “¡A ver el DNI!”. Mi padre me miraba desde el otro extremo de la sala muy serio y yo, que estaba seguro de haber cogido el maldito carné, no lo encontraba... La señora se impacientó un poco y al fin, ahí estaba mi documento. Se lo di y ella dijo muy solemne: “Alo Montesinos. Vota”. Y con una alegría que no sabría describir, introduje mi papeleta en aquella urna de metacrilato... Así que anímense y vayan, si pueden, acompañados por sus hijas o hijos a votar este domingo. No deja de ser un momento importante que tal vez recuerden siempre y que de no hacerlo se lo pueden auto reprochar en caso de inflar los porcentajes de la abstención.



Leer más: http://www.lavanguardia.com/opinion/20140520/54407148592/primera-vez.html#ixzz32xI3ty00 
Síguenos en: https://twitter.com/@LaVanguardia | http://facebook.com/LaVanguardia

No hay comentarios:

Publicar un comentario